Gracias a la llegada de Valkana y el soplo fresco que ha traído a La Morada me han venido a la memoria mis años adolescentes… Cuando mi única inquietud en la vida era sólo pasármelo bien con mis amigos, intentar sacar buenas notas y destacar un poquito en mi deporte.
Cuánta añoranza provoca el saber que esos momentos no volverán y, a la vez, cuánta felicidad me proporciona haber vivido las experiencias que viví… No sé si a los demás les parecerán que fueron muchas o pocas, algunos sin duda podrán contar muchísimas experiencias más de su vida que me parecerán fantásticas, pero no mejores. Y es que en ocasiones por mi forma de ser, aunque a algunos les suene esta frase a excusa, me perdí vivencias que en realidad no cambiaría por ninguna de las que sí viví.
Lo que principalmente marcaría mi adolescencia empezó el verano que cumplí 9 añitos, cuando el hijo del que sería mi entrenador le dijo a mi padre que le gustaría que hiciera la prueba para el equipo de natación del club. Entonces, tras algunas charlas, no hicieron falta muchas, mi padre me convenció para que dejara el baile y emprendiera esa nueva aventura… Sí, resultó toda una aventura llena de camaradería, viajes y convivencias. Y es que cuando quedaba poco para cumplir los 10 años experimenté por primera vez un campeonato fuera de Córdoba. En realidad en el mismo verano hubo dos y ambos en Almería, pero el primero, no sé si por la cosa de ser el primero o por el hecho de ir todo el equipo fue inolvidable. Y es que no era lo mismo sin los mayores del equipo, claro en aquellos tiempos ellos eran los adolescentes, los que provocaban las juergas nocturnas, las anécdotas de las que tanto nos reiríamos una y otra vez, a los que admiraríamos. Yo solo era una niña tímida e ingenua que no me enteré de lo que se cocía en la habitación de las chicas, mientras dormía, hasta que no me lo contaron al día siguiente.
Dos detalles que recordaré toda la vida de ese verano, las primeras baguettes que comí (un bocadillo de lomo calentito en un bar de carretera a la vuelta del primer campeonato y que luego en el segundo esperaríamos con ganas) y la primera lata de Aquarius. Creo que puedo decir que fui de las primeras personas de España que se bebió una lata de Aquarius.
En fin…muchos, muchísimos detalles podría contaros de esta etapa de mi vida. Pero si tuviese que narraros cada entrenamiento, por que en cada uno de ellos se podía experimentar diversas sensaciones; cada campeonato, con las distintas anécdotas que cada uno de ellos tiene; describiros a cada una de las personas que conocí en ese mundillo y cómo influenciaron mi vida; la tristeza que producía cuando un compañero se retiraba; el primer amor adolescente, que también surgió bajo el agua… acabaría aburriéndoos.
Sí, os aburriría porque este tipo de detalles sólo los disfrutan las personas que los han vivido. Por eso animo a todos los adolescentes que viven encerrados en su cuarto, con los videojuegos y el ordenador, a buscarse sus aventuras, alguna actividad extraescolar que le permita vivir situaciones parecidas de camaradería.
“Actividad extraescolar”… Cuántos padres odian estas palabras y cuantos otros abusan de ellas. Yo considero que fueron primordiales para mi desarrollo como persona, por eso creo que todos los padres deben incentivar a sus hijos, que no imponer, y conocer qué tipo de actividad les gusta para que puedan relacionarse con más personas de su edad y descubrirse a sí mismos.
Para mí la natación fue mucho más que una actividad extraescolar… porque era algo más que un deporte físico. En muchos de los entrenamientos lo que buscaba era relajar mi mente. En cada brazada y en cada patada realizada mis pensamientos fluían libremente. Cuando el entrenamiento permitía minutos continuos de reflexiones conseguía librarme de mis temores, encontrar la solución a cualquier problema, organizar mi vida cotidiana, me permitía soñar… Al acabar la jornada mi mente alcanzaba tal estado de paz que no notaba el cansancio físico.
Siempre le estaré agradecida a mi padre por haberme ayudado a descubrir mi vida paralela, mi otro mundo, mis otros amigos. Por haber compartido conmigo aquella etapa, animándome a mejorar, pero no agobiándome con tener que ser mejor. Gracias a todo esto me fui volviendo poco a poco más responsable, me empezaron a surgir inquietudes y motivaciones que me hicieron ser diferente a los demás. Nunca me olvidaré de aquel recreo, en el penúltimo año de instituto, cuando me quedé sola en clase para prepararme el examen de monitora de natación que tenía esa tarde, primera meta importante que yo misma me impuse. Ni cómo aquel proceso me permitió conocer y convivir con más gente… aquella cata de vino justo después del examen final de monitora…
Todo, cada segundo de tu vida, cada detalle alrededor, lo que te parece más insignificante puede hacerte ver la vida de otra manera y desear vivirla como realmente te gustaría…
Comodoro says
12 abril, 2011 at 00:58He leido tu post oyendo tu voz, tus matices, y se que escribir todo esto te ha emocionado gratamente. Justo lo que debe ocurrir, y que seguramente provocaran en Valkana un impulso positivo para que entienda que nada de lo que esta sintiendo es raro ni extraño…es formación personal y etapas a superar…
MoraDama says
13 abril, 2011 at 13:52Tienes toda la razón… En determinados fragmentos de mi relato resurgían las emociones a mi rostro y espero que todos los que lo hayan leído hayan sabido interpretarlo como tú.
Abraham says
12 abril, 2011 at 18:44Es curioso, también yo, a los nueve años, fui llevado de la mano de mi padre a otro mundo: allí habitaban quienes siempre han sido mis héroes, mis compañeros, los que me enseñaron a hablar con los amigos. Allí encontré a Abraham (gran influencia por razones obvias), a Moisés y toda esa tropa; allí encontré a Peter Parker, a Spiderman, los X-men, Astérix, el Capitán Trueno; allí conocí al Principito; allí a Ulises, a Atenea; allí a Bilbo Bolsón.
Pero yo no pude salir de ese mundo. Seducido por la música de las sirenas, naufragué y morí. Desaparecí. Me convertí en agua.
Curiosamente, si entrarais hoy en mi cuarto; veríais mi cama hundida bajo una estantería. En el estante más alto, donde antes se amontonaban las muñecas de mi hermana, hoy brilla azul una colección de «EL MUNDO SUBMARINO», de Cousteau. Debajo, otro estante, con libros de poesía, poetas muertos.
Y en el estante más bajo, junto a la cama, sobrevive, rojo y blanco coral, enciclopedias para niños. Donde aún merodean los fantasmas de una colección de coches en miniatura, que ni las fotografías recuerdan, y que yo tanto amaba.
Gracias, quisiera hacer público este agradecimiento, Moradama. Ahora sé por qué lloré tanto cuando vi «Big Fish». Soy hijo de un pez, hermano de delfines y me mataron los cantos de sirenas.
MoraDama says
13 abril, 2011 at 13:45Cuando aquellas muñecas y demás enseres de tu hermana fueron a morar a un lugar privilegiado…el mundo en el que convivían lo dos niños, pequeño e indefinido, se dividió en dos partes que pudieron expandirse y definirse como dos mundos cada vez más distintos…