En mi cabeza muchas ideas que voy desechando una tras otra al intentar darles forma, al establecer un orden coherente a mis pensamientos para que resulte algo aceptable. Finalmente me dispongo a escribir pase lo que pase y dejo que mis palabras vayan fluyendo e incorporándose solas a estas líneas que ahora captan vuestro sentido más preciado.
Mientras el silencio de una casa vacía sólo deja que escuche el teclado del ordenador donde escribo, mis pensamientos se desmarcan de la línea trazada y van a parar a una autovía con viajantes procedentes de sus vacaciones, cargados de equipaje físico y de recuerdos de un tiempo perfecto. Recuerdos que hacen que el regreso se haga corto en la carretera y que ni imaginen que la suerte podría no estar de su lado en este viaje de vuelta a la realidad.
De repente un frenazo inesperado nos hace salir del sueño despierto que estábamos teniendo, en tan sólo un momento todo es diferente. Los airbags han saltado, hay gritos, nerviosismo y desesperación por saber si quien llevamos al lado se mueve, contesta, gesticula, si hay en ellos y en nosotros mismos vida, esa que hace un momento estaba tan jovial que no hacía temer que pudiera convertirse en llanto. Finalmente todos están bien, rasguños leves en el cuerpo, profundos y punzantes en el interior. Las heridas internas, esas que hacen que tu imaginación vuele y llegue a fines innombrables por el miedo que supone tan solo plantearlas, aunque sólo sea un milisegundo, esas heridas sí son difíciles de sanar. Las heridas de nuestro psique, aquellas que nos producen ansiedad cada vez que cerramos los ojos y recordamos el instante en que la vida pudo haber cambiado para siempre y sin vuelta atrás, esos profundos arañazos en el alma que provocan un vuelco en el corazón cuando nos miramos, cuando observamos detenidamente que hablamos, que tenemos al lado a quienes nos acompañaban en ese viaje al dulce hogar.
A veces un suspiro profundo nos traslada al lugar donde todo ocurrió y nuestros pensamientos van más deprisa de lo que querríamos dejando entrever el miedo, el terror, la locura que habría supuesto sólo un paso más, es entonces cuando ponemos freno a nuestra locura y límites a nuestra fantasía. Dejamos nuestros miedos encerrados en un cajón del altillo de nuestra memoria, que siempre permanecerán en el recuerdo sin pasar al olvido por mucho que pasen los días. Pero está escondida, nos mantenemos a salvo mientras esos recuerdos estén encarcelados allá donde se hallen, donde nuestro sistema de defensa los haya querido esconder. En ese cajón del que hablaba, en ese cajón que alberga tantos otros y que debemos tener cuidado al abrir, ya que jamás fueron olvidados y permanecerán en nuestra memoria para siempre.
Después de cualquier trauma, ninguno de los días siguientes vividos pasan sin tener ese recuerdo que es más que un mero recuerdo. Los nervios no llegan a tranquilizarse del todo. Por suerte, el ser humano es fuerte y más tarde o más temprano conseguimos superar los traumas y seguir viviendo como si nada hubiese pasado y recordarlo sin dolor.
Besos
querida Ayfe, como bien dice MoraDama, tras un acontecimiento traumático es normal que el recuerdo esté presente, pero con el tiempo pasará a formar parte del baúl de las anécdotas.
un beso muy fuerte para todos. A mirar pa´lante!
Recojo las palabras de MoraDama y las del Filósofo, las meto en un morral, agito y te digo que lo principal es que nada ocurrió así que nada de recuerdos, siembra en tu ventana flor de romero para que se vaya lo malo y entre lo bueno y una vez que el espíritu de Pastora Soler me ha abandonado, termino diciéndote que mira pa´lante, mira pa´lante…
Hola a todos. En primer lugar gracias por comentar y por tanto por leer el post. No estoy del todo de acuerdo con lo que decís. Es cierto que hay que tirar «palante» como dice el guerrero, es cierto que ocurren acontecimientos traumáticos como dice el filósofo, pero lo que es cierto que acontecimientos traumáticos, como bien dice moradama, se superan, se asimilan y pasan a formar parte de nuestros recuerdos, pero nunca pasan a formar parte del olvido. Estos acontecimientos siempre están ahí presentes en nuestra memoria, lo que ocurre es que con el paso del tiempo aprendemos a vivir con ellos, es decir los superamos, pero nunca se dejan atrás.
El problema está cuando no se superan del todo y tratamos de esconderlos en ese «cajón» a la fuerza porque somos conscientes que nos hace mal el recordarlo, es entonces cuando aparecen los problemas, porque ese trauma no está superado, simplemente está oprimido en algún lugar de nuestro cerebro y ante el más mínimo descuido aparecerá con más fuerza y nos hará más daño, por eso hay que encontrar la forma de asimilar, superar y seguir, sino se encuentra la fórmula, entonces sí estamos en una situación delicada.
Un candado pare ese cajón…y tira la llave al Guadalquivir a su paso por el pueblo.