En los años 6O, del siglo pasado, “Suena como muy lejano pero está a la vuelta de la esquina”.
Por aquello años, no había supermercados, ni lo que hoy llamamos ¡grandes almacenes! donde se puede encontrar de todo. Nos teníamos que apañar con pequeñas tiendas que había en los barrios y donde lo normal, era dejar “fiado” las compras de cada día.
Por suerte y gracias a este tipo de establecimientos, muchos de los que hoy rondamos los 6O hemos podidos sobrevivir y salir adelante.
Hoy nuestros hijos, cuando se les comenta las vivencias padecidas, lo ven muy de pasada, como no dándole importancia, y todo porqué afortunadamente ellos han tenido la suerte de de no vivirlo.
Hoy recuerdo cuando de chaval, acompañaba a mi madre a la popular tienda de comestibles “la del quinto” que se encontraba en el número 138 de la calle Castilla.
Cuántas familias pudieron “comer” gracias a Dolores, propietaria del negocio.
Pude conocer la forma que tenían de despachar el aceite. Tenían que llevar cada cliente, su propia botella, mi madre siempre llevaba una de “Anís la Castellana” y donde Dolores, llenaba de un bidón, calculo que la cantidad del bidón sería de unos 5O litro que tenía un mecanismo con una palanca que por presión salía el aceite, llenando las botellas con la cantidad que se le pidiese.
¡Yo nunca vi la botella de mi madre llena de aceite!
Recuerdo la lista enorme que cada fin de semana, llevaba mi madre, y que era copia de la que tenían en la tienda, y que una vez sumada se llevaba todos los ingresos que mi madre tenía. Veces que le faltaba dinero y se añadía a la nueva lista que la dueña de la tienda le habría para que pudiera seguir comprando.
Rara era la semana que se le podía pagar a “Pepe” repartidor del pan de la célebre “Panadería la Modelo de Alcalá de Guadaira” y que cada día nos fiaba el pan. Que ratos más amargos pasaban nuestras madres, cuando llegaba el sábado y tras recoger el pan que este maravilloso hombre nos dejaba, tenían que comunicarles que no tenían dinero para poderle pagar, y que este generoso hombre entendía, volviendo a tener que apuntar un día más en su bloc, y con resignación cerraba la tapa de su carrillo y seguía con su reparto.
No entiendo que explicación daría en su empresa, para que admitieran estos atrasos en los pagos.
Diariamente pasaban los famosos “cargueros” que traían unas angarillas sobre un borrico y donde cargaban sus productos. Unos vendían tomates, pimientos, ajos, cebollas, y otros te ofrecían sus melones dulces como el almíbar y que calaban ofreciendo un trozo para que pudiésemos degustar su dulzura.
Como nos engañaban los muy puñeteros, mojando su cuchillo en un cubito con agua endulzada con azúcar y cortando luego el trozo de melón que te daban a probar y que siempre estaba dulce y sabroso.
Algunos melones cuando llegaba la hora de comerlos, eran puro pepino, llegando las exclamaciones de nuestras madres al cielo.
Lógicamente el melonero timador tardaba algún tiempo en volver a pasar por la misma calle.
Curioso era el peso que usaban que era una balanza de dos platillos, y donde en uno de los platillos ponían las pesas que realmente les interesaba en cada momento y no las que verdaderamente calculaban el peso real de la mercancía.
Como no podía faltar, el vendedor de hielo que llevaba un carro de aluminio o de algún otro material parecido cerrado y tirado por un mulo. Llevaba el carro lleno de barras de hielo y que él te cortaba el trozo de una barra que más o menos correspondía al dinero que te pudieses gastar.
¡Cuántas veces tuvimos que salir corriendo porque aprovechábamos la distracción del hombre y cogíamos a veces trozos considerables y que corríamos a casa para liarlos en un trapo y colocarlos junto a las botellas del agua que estaban metidas, en un cajón debajo de la cama de matrimonio, que era el sitio más fresco de la casa!
Alguna vez, pero de tarde en tarde, aparecía el hombre de gris que era como iba vestido el citado señor y como se les conocía al vendedor de las milhojas, que al ser un producto que se salía del presupuesto que había para la comida, rara vez se les podía comprar tan maravilloso manjar.
En fin, son vivencias vividas y que te enseñan, digan lo que digan” algunos “, a ser más consecuentes con lo que hoy, tenemos.
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