Madrid, capital del Reino que incluye Cataluña, País Vasco y al resto de pueblos españoles que nos sentimos orgullosos de serlo…
Caminando por sus calles me adentro en el Museo del Prado. Allí estás, allí estáis mejor dicho…
En una de las paredes de dicho recinto me pierdo, mi imaginación deja de estar allí y vuela al mejor lugar del mundo, en ese donde tuve la suerte de nacer y dónde quiero morir en vida, porque morir no quiero…
Ahí están los dos, él y su antecesor, Juan y Diego, Diego y Juan. Uno, el pintor, fue el culpable de que la semana pasada me perdiera por las calles y plazas de Sevilla recordando sus lienzos y viendo en cada uno de los personajes de nuestras calles a esos bufones, príncipes y borrachos buscando aguador para saciar su sed. El otro, el imaginero, el escultor, Juan, Martínez Montañés para todos se me aparece como un oasis en medio del cielo de Sevilla en forma de lienzo.
¿Estás en todo lo alto del Palacio de San Telmo o estás emperchado en esa mezcla de colores ocres y negros? ¿Qué obra te traes ahora entre manos tú que creaste al Dios más terrenal, al más humano?
Este hijo de bordador, jaenero de nacimiento, sólo podemos decir que es sevillano porque su obra, y digo su obra, la realizó en Sevilla.
Mamó de las fuentes del Renacimiento para evolucionar hacia el inicio de una época, la época más sevillana…El Barroco en Sevilla…o mejor dicho, Sevilla y su Barroco…
Pues sí, este jienense de Alcalá la Real, tan querido en América por su Obra como acá en España fue el culpable de que Sevilla tuviera un Nazareno con cara de hombre y hechuras de hombre, la paz del Hijo de Dios en su rostro y un lugar dónde habitar digno del Rey de Reyes.
No me queda otra que darme un paseíto por El Salvador…Empecé la semana pasada en la Plaza del Duque y tras siete largos días de dejar volar la imaginación, aparezco como por arte de magia en una de las plazas con más solera de mi bendita ciudad. Con solera y con una cerveza que quita “tol sentío”.
Salvador es decir rampa, es decir Domingo de Ramos, es decir palmas y pequeños nazarenitos, pero es decir Pasión.
Un hombre de madera, con el mismo material en forma de cruz al hombro que recibe las miradas de todos con la dulzura y la paz de un hombre bueno, perfecto, sin dudas, pero bueno…
Conocida es la historia de Juan cuando se encontró cara a cara con él en la calle, había creado al Hijo de Dios con la cruz al hombro y ni él mismo se lo creía…
Por eso, y por toda su excelsa obra, Juan se encuentra en los cielos de Sevilla, ciudad dónde vino a morir. Otro de esos sevillanos que nacen, por casualidades del destino, en un lugar fuera de sus murallas, pero que la ciudad lo ha tenido a bien acoger y hoy talla lágrimas de cedro e inspira al mundo de la gubia desde los cielos de Sevilla.
Deja una respuesta