Aquí empieza la historia de una chica que un buen día decidió salir andar. Decidió que era buen momento, si no el mejor, para conocerse a sí misma de una vez por todas. Necesitaba huir de todo lo que le rodeaba por aquel entonces, necesitaba no conocer a nadie y encontrar su sitio, su norte, su estrella.
Santiago, que poco sentido tenía para mi ese nombre por aquel entonces, que absurdo me parecía caminar y caminar para llegar a Santiago y cómo me cambio la vida. Aquella época era difícil .Quizá una de las mas desordenadas de mi vida. Un puzzle que no había manera de armar y al que no acababa de encontrarle sentido, pero sentirme aventurera por una vez tenía sentido, lo necesitaba.
Ese camino, cuando cierro los ojos aún soy capaz de sentir ese amanecer en la montaña, ese aire puro, esas vistas maravillosas que no se encuentran ni en el ultimo rincón del mundo, aquí tan cerca.
Los primeros días andaba y pensaba: ¿qué sentido tiene esto para mí? ¿Qué necesidad tengo de estar aquí andando para llegar a una iglesia con dolor de pie y cargando con una mochila en la espalda, en lugar de estar de vacaciones en un hotel? Y mientras iba pensando eso me caí. Encima de todo.
Me quedé un rato sentada al principio de una cuesta mirándome los pies y seguía pensando “encima me caigo, que mala suerte tengo”, entonces alguien me tendió la mano y me dijo: “ánimo chiquilla que todos juntos podemos, arriba”, sonreí y se me escapó una lágrima. Pero subí la cuesta con los pies hechos polvos, la mochila en la espalda y cantando con un grupo de italianos. Y cuando llegué arriba y observé aquel paisaje, aquellas gentes…le empecé a encontrar sentido.
Una cuesta. Y reflexioné sobre ella. ¿Cuántas veces he subido una cuesta? Creía que nunca había subido una cuesta tan grande y de pronto se me vino a la cabeza la situación en la que me encontraba, la razón de haber huido, gran cuesta. Y sonreí por un momento porque pensé que las cuestas grandes también se pueden subir y que además no tienen por qué subirse sola porque en el camino puedes encontrar una mano amiga.
Pasaron los días y seguí descubriendo cosas y seguí descubriéndome a mi misma. Necesitaba tener momentos de soledad, cuando andaba, cuando descansaba en cualquier sitio, pero también me di cuenta que necesitaba de los demás porque cuando el camino se hace duro, en compañía puede hacerse más ameno. Recuerdo días de risas mientras caminábamos, compartiendo experiencias de trabajo, recuerdos, chistes… Y me hizo reflexionar sobre cómo a veces nos queremos encerrar en nosotros mismos porque entre otras cosas pensamos que nadie nos va entender, que te van hacer preguntas que no te apetece contestar, que no eres una buena compañía en ese momento y de cómo nos equivocamos. Me hizo pensar que a veces simplemente hay que estar y que una llamada de un amigo, de una madre. Puede ser simplemente querer estar sin preguntar nada.
Una noche en la que intentaba descansar pero un hombre convertido en oso no me dejaba atrapar el sueño, me salí al jardín a fumarme un cigarrillo y a pensar un rato. Sentada y mirando el cielo, que también era un espectáculo que no había visto nunca, me crucé con Antonio, un chico que tampoco podía dormir y que dibujaba en su cuaderno para relajarse.
Me contó que llevaba meses andando y que no quería volver. Que su novia lo había dejado después de muchos años y que sentía perdido. Que de un lugar a otro le era más fácil. Y reflexioné sobre por qué yo estaba allí, sobre volver a la realidad. ¿Seguir caminando? Y cuando me quedé sola seguí reflexionando y un día más también aprendí.
Y llegué a la conclusión de que yo sí quería volver, que escapar está bien para coger fuerzas, pero si fui capaz de subir esa montaña de tierra con una mochila, cansancio y los pies llenos de heridas también podría ser capaz de subir la montaña de la vida, de la situación y quizá con más valor que antes.
Cada día me gustaba levantarme pensando en una meta, pensando en alguien o algo que me diese fuerzas para caminar y aguantar. Pensaba en mis padres, en lo luchadores que siempre han sido y en todo lo que ellos me han enseñado en la vida. Pensaba en mi hermano Alberto, en lo que lucha por conseguir sus metas. En la cantidad de veces que lo vi tirar la toalla y levantarse de nuevo. Pensaba en mi hermano Julio, que también me acompañó en este camino tan nuevo y tan sorprendente. En las situaciones por las que ha pasado en su vida, en la alegría que me da verlo sonreír.
Pensaba en una de las personas más importantes de mi vida en estos momentos, en que tenía que ser fuerte y a pesar de los obstáculos del camino, seguir. Para él elegí el día mas duro, el día en que la mochila se empezó a convertir en mi enemigo, los pies no me acompañaban, la rodilla me decía párate, el camino y sus subida… ¡ay! que subidas.
El bulto de mi pie casi empieza a cobrar vida, pero no paré. Porque me lo debía, porque me dí cuenta de que siempre hay que luchar hasta el final, aún sabiendo que las cosas no siempre son como uno quiere y por cabezona no paré. Ese día aprendí mucho de mí. Entre otras cosas averigüe lo cabezona que puedo llegar a ser y también que cuando las cosas se ponen negras uno puede salir adelante.
Y poco a poco de pequeños detalles fui sacando grandes conclusiones. Las gentes. las sonrisas, las lágrimas, los pies ,las razones, las reflexiones, los obstáculos, los paisajes, las charlas, ese cielo despejado, ese olor, esas cervezas entre desconocidos, esos momentos de soledad, esos ronquidos (jaja) , ese aprendizaje y ese darme cuenta de que ese camino andado es la vida misma. La vida.
Al empezar el camino alguien me contó que había que coger una piedra, pedir un deseo y dejarla en el siguiente punto donde había más piedras de más deseos. Dejar la tuya y coger el deseo de otra persona y dejarlo en el siguiente punto y así poco a poco llevar el deseo de alguna persona desconocida y dejarlo en Santiago.
Agradezco de todo corazón a ese desconocido que llevó mi deseo. Porque subí las cuestas, le eché valor, tuve paciencia, templanza, momentos de caer pero levantarme y seguir y hoy sé lo que es la felicidad.
Cuando llegué pensaba que nada tenía sentido, que simplemente había salido corriendo, perdida y sin rumbo. Cuando por fin conocí a Santiago solo me salían palabras de agradecimiento por haberle dado más sentido a todo. Por haberme hecho comprender que el camino tiene momentos inolvidables, gente que llevaré siempre en el corazón, detalles que llevaré siempre conmigo, tiene una vida especial, un sentimiento que me hace emocionarme cada vez que pienso en todo lo que viví y en todo lo que aprendí.
Por todo esto entre otras cosas volví.
GRACIAS
Crioo says
7 febrero, 2012 at 11:43Qué bonito Velenus! Por un momento estaba subiendo la cuesta contigo.
Al final, cogiste tu mochila y echaste a andar… pero no para huir sino para encontrar tu destino. 😉
1abrz.
el filosofo says
7 febrero, 2012 at 13:44Ya conocía esta historia, cuando me la contaste me monté mi propia película de tus hazañas, luego al leerla otra parecida pero con sus variantes surgió en mi cabeza cual imágenes novelescas. Es la grandeza de leer lo que otros escriben…
Maneras de enlazar caminos «reales» con otros más reales todavía…me encanta! un beso!!!
MARA says
7 febrero, 2012 at 15:35Velenus, pero se te ha olvidado contar una cosa, y es que ese entusiasmo por la vida, y ese luchar de cada dia nos lo has ido enseñando a todos los que estamos aquí. Muchas gracias, por tu explicación y por hacernos sentir partícipes de tu vida y de tus experiencias.