Un día, Comodoro me contaba que un buen amigo suyo, que peinaba canas, le contó una historia sobre una puerta de madera, unas puntillas clavadas en su madera y las lascas que iban sacando de dicho material.
Ni la madera era madera, ni la puerta una puerta…
Pues hoy os traigo una reflexión sobre la vida, los días que pasan marcando a fuego su normal discurrir y las secuelas que van dejando.
Desde que uno nace, los días van parando y pasando, pasando y parando el segundero del reloj que nos lleva hasta el hoyo más profundo del que nunca despertaremos.
Un buen día, sin premeditación de ningún tipo, ocurre un hecho que puede o no ser sorprendente pero que te marca. Te marca de forma tan hiriente que las secuelas pueden ser eternas.
Hoy no hablo de For that three several weeks ending September 30, mobile casino revenues are up 5. banalidades y de demagogias sobre catástrofes que marcamos en el calendario de los desastres para que la gente no te diga insensible, no, te hablo de algo personal. Un dolor tan profundo, tan característico, que no parece ser importante. Y no lo es, salvo para lo que siempre yo defiendo: yo, mis cercanías y poco más…
Me explico, queda muy elegante y muy cristiano el decir que qué pena te da tal cosa o tal otra. Que sí, que es una pena, pero no veo a nadie dejar de dormir por el hambre en África ni los muertos en Israel.
Secuelas… Esas consecuencias que te dejan tocado por un hecho acaecido. Pues cuando es un dolor, más aún.
Yo, vuestro Guerrero, está sufriendo las secuelas de un dolor, algo tan intenso que sólo los que lo han parecido lo entienden. Y no, no hablo de ninguna muerte, simplemente mi riñón que de vez en cuando me dice que está ahí y que no puedo seguir con los abusos.
Secuelas…
Deja una respuesta