Caminaba lentamente en mi día a día cuando me vi inmerso en un campo de batallas improvisado.
Sin quererlo dos colores aparecían; los amantes coinciden y todo se convierte en una lucha que dura toda la eternidad.
Por delante mía, la luz se tornaba oscuridad; detrás todo viraba a un anaranjado fuego amenazante. Allá en lo alto de la colina, Ella aparecía disimuladamente pero con constancia, sin tener en cuenta las condiciones; como si de ese impulso de enamorada se tratara y la
llevara a observarlo en la lejanía…En el más allá, El, orgulloso caballero errante que se abandona a la suerte de la noche la mira, la observa con ese gesto que solo nosotros sabemos, y aunque se resiste, se deja perder…
Gestos hermosos de dos enamorados que, condenados a entenderse, jamás podrán compartir un cielo despejado ni un paseo a la luz de las estrellas.
Amor, el que se demuestran desde los tiempos más pretéritos; odio, por reinar en el espacio temporal del otro; yo, un simple observador que lamenta ambas caras de pena por no poder presenciar ese beso de buenas noches.
Ella, la Luna poderosa que reina en la noche; El, ese Sol enamorado que se marchita en cada atardecer para que la noche goce de la blanca presencia de su amada…
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