Regresar al lugar del crimen y escribir sobre ello solo puede acarrear lo que ayer me pasó: cuando fui a subir el post se fastidió el invento.
Y es que hay cosas que mejor no remover porque pueden traer consecuencias negativas; ayer regresé al lugar del crimen de tantos y tantos chavales a los que la sonrisa con la que entran, se la van cambiando por estrés, ira, rabia, dolor, llanto, impotencia y agresividad. ¿Y todo para qué?
Me dicen, me comentan, me comentan… que mi actitud y mi forma de pensar cambiará. Es posible…
Ayer regresé al lugar de un crimen continuado donde los criminales disparan saetas académicas que se te clavan hasta en el corazón.
Ayer regresé y, aparentemente, poco o nada había cambiado. Eso, aparentemente…
Por suerte no conocía a nadie por los pasillos; no es que me haya vuelto introvertido o algo parecido, no, es señal de que los años pasan y nosotros hacemos uso de él para huir.
‘Quisiste entrar y ahora no puedes salir’ quizás sea el slogan más acertado en años…
Y claro, superar el trauma cuesta, tanto que, ayer, por las cosas del destino cuando me disponía a postear unas palabras parecidas a las de hoy, todo se fue al garete.
La cafetería no es la misma, la copistería tampoco, aunque alegra ver que hay algunas personas que te llaman por tu nombre cuando han pasado varios años, con todos sus meses y semanas y días y con todos los miles de personajillos que pasan continuamente por delante de sus caras. Eso es buena señal…
No os aburro más con mis batallistas de abuelo cebolleta y me marcho con una advertencia pública: el café se sigue haciendo con el mismo calcetín usado de antaño.
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