Era la mañana de un domingo temprano y tanta fue la insistencia que decidí echarle valor y ser uno más.
Vestido para la ocasión, tuve la oportunidad de sentirme por primera vez dentro de un pelotón; un pelotón de atletas donde el objetivo era muy dispar.
En todo momento mi mente se concentraba en la melodía de ese escuadrón…que atravesaba avenidas como si el General Caster y su tropa se tratase. Largos metros con esa excitante melodía en mis oídos. No puedo negar que se me erizaron los vellos de mis brazos al sentirme ahí dentro: lo había conseguido, ya era uno más.
Cintas en el pelo, calzonas cortas, zapatillas especiales para el firme que íbamos a pisar, y comentarios a mi alrededor como: 4:24!!!! Vamos chicos un poco más!!!
Esos comentarios me animaban aún más a seguir, a envalentonarme y tratar de que mis pasos fuesen cada vez más continuados y que la celeridad de ellos me llevara a mi propia meta.
Los aplausos de unos Stewards improvisados para la ocasión y, que marcaban el recorrido, hicieron incluso que se me saltaran las lágrimas al sentirme el Fermín Cacho o el Usain Bolt de la prueba.
Luego, a eso de 10 segundos, noté que mis lágrimas no eran de emoción sino por el viento que chocaba contra mis ojos desprotegidos y éstas, eran la defensa ante tal ataque airoso…
Posteriormente vino el momento al que no quería llegar: todos y cada uno de los participantes me adelantaban, hombres, de todas las edades, mujeres muy y poco preparadas, todos iban a un ritmo superior al mío. Como se suele decir, solo les veía las matrículas…
Hoy me he sentido un atleta casi profesional, luego volví en mí y seguí paseando tranquilamente a mi Rocky por la calle por donde pasaba la prueba, abrigadito y después nos fuimos a comernos una tostada de jamón con un buen café para seguir la hoja de ruta. Porque ese, ese y solo ese era mi objetivo: que meara mi perro.
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