La fiesta de los fantasmas y las brujas, la americanada que hemos exportado y que ya no hay quien detenga…
Imposible frenar el boom novelero de los disfraces aterradores, las escobas, las verrugas y las narices largas de silicona y el porqué es clarísimo: por mucho que los treintañeros veamos que es una tradición en la que no estamos criados, que incluso va en contra de nuestros costumbrismos cristianos más arraigados, en las guarderías y colegios es motivo de celebración. Y es un día especial para los más pequeños de nuestras casas ya que se disfrazan, se pintan la cara de colores y comen chuche, ¿hay mayor diversión?
Esto lo hablaba con un amigo el pasado domingo; su hijo, 3 añitos, cara de sinvergüenza, actitud de sinvergüenza y un sinvergüenza en toda regla, se lo pasa en grande en el cole con sus amiguitos, los cuales, llevan chuches, se disfrazan y hacen teatrillos y los llevan por las casas con la cantinela del ¡¡Truco o trato!!
Una pena que no se aproveche cada primero de noviembre para que recuerden a sus abuelos y seres queridos, que se les hable de lo buena gente que eran y les hagan un dibujo en homenaje, incluso me atrevería a idear unos disfraces de abuelos y titos segundos y hacer un picú de los antiguos en las azoteas.
Una pena ver cómo hay detalles que se nos escapan y detalles que nos despersonalizan; luego, que nadie se espante de esas gorras de visera plana en todo lo alto de la cabeza, los móviles sonando con ritmos extraños y demás.
En La Morada somos más de coger la calabaza y hacer un buen cocido con sus habichuelas, sus papas cortás a cascos y su buena pringá…
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