Bajo el tímido haz luminoso del viejo candelabro, -lágrimas caen por el contorno cilíndrico de la cera- este Rey Santo desenrollando un trozo de papel amarillento y con la lignina haciendo acto de presencia en mi olfato, se dispone a dar rienda al galope intenso de su versar, a la firma del tratado entre Fernando y la literatura más humilde que desde sus puñetas se plasman con tambores de guerra en la lejanía aun cuando la Paz es protagonista sempiterna del sentir de la cohorte.
A la fracción temporal presente me apetece manuscribir en profundidad sobre ti, o de manera óptima sobre usted.
Usted, excelentísimo, este Rey Santo siente indefensión ante vos, maestro del despiste, del rubor y del rigor, de la pausa, de los colores y las formas más etéreas.
Usted, en la era de la palabra mal escrita, de la inmediatez, del bulo sin bula y con la bulla del gentío está presente impertérrito, como yo en penumbra, cual premio del que busca queriendo encontrarle sabedor del placer infinito e inexplicable.
Usted, trofeo, galón, presente, dádiva que algunos desecharían cual completo desconocedor del tesoro que le otorga al poseedor usted mismo.
Usted, dominio de la palabra, bonita contradicción.
Usted, no se separe en demasía de mí.
Usted, solo usted, anhelado silencio.
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