La historia que hoy os presento tiene por protagonista a un navegante con cierto rumbo incierto, con el magnetismo de su antigua brújula marcando diferentes nortes según se tercia.
Este navegante de aspecto elegante y señorial combina a la perfección rayas, lunares y cuadros en su vestir, camisa blanca radiante, terno heredado de marca y pañuelo con lazada marinera en su cuello que, al perder su parche en alta mar, tapa su ceguera con trapos que nunca se lavan en casa.
Barba de varias semanas, melena al viento, algún harapo a posta según el día y un cascarón erosionado por esos múltiples nudos recorridos donde no se iza banderas alguna del palo de su una vela menor que se mantiene porque Arquímedes así lo quiere, de momento…
De poco dormir y menos perder el tiempo, nuestro navegante gusta trazar planes imposibles, batallas inalcanzables ante enemigos que él los sabe menores y los cuales, desde su alto velamen lo divisan a su distancia de seguridad ante el temor de uno de sus arreones.
De carácter complicado y lengua más afinada su florete, ni su fiel y alargada compañera en noches de bohemia, a la luz de un apaciguado farol, es capaz de adivinar cuando habla en chanza y cuándo otorgarle veracidad; cosa por otra parte que nuestro protagonista domina a la perfección y utiliza para juguetear y manipular a esos piratillas de agua dulce a los que está acostumbrado a sufrir.
Saca del bolsillo de su chalequillo un reloj sostenido por unos eslabones de plata que bien podrían pertenecer a un minero por su aspecto negruzco y sin brillo. Este reloj marca los minutos solo cuando nuestro personaje lo agarra con aires truhanes y se inventa la hora mirando de reojillo la caída del sol ya que su corona, -la del reloj- quedó en el olvido en una de sus últimas batallas cuando enfrentaba con todo vigor a enemigos que casi no recuerda.
Llegando a la segunda parte de su vida, nuestro capitán pirata no se detiene un segundo en lo vivido y apartando el desgarrado trozo de tela de su vista, y mirando al futuro con la ilusión del grumete que aspira a dejar de limpiar cubierta y la bodega, bebe un trago de ron en su jarra de lata boyada por las circunstancias y pone rumbo a uno de los múltiples nortes que le marca su brújula, buscando siempre la felicidad donde solo lo acompañarán aquellos que él desee, que comprendan y acepten su locura con naturalidad, sin darle razón como al sombrerero y no se interpongan en la búsqueda del más austero de los tesoros cuando él vea una X en su mapa.
¿Te atreverías a alistarte en su barco?
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