Ese miedo maldito de no reconocerme, de mirarme en el espejo y no verme reflejado. Que no sea yo realmente el que ven mis ojos, que en el reflejo no salga yo y sea otro. Que incluso crea que le conozco más a él que a mí mismo.
Tengo claro que soy el único que sabe de mí, que siente lo que siento y que piensa lo que pienso. El único, nunca nadie lo sabrá por más que lo quiera explicar o trate de abrirme.
Por lo tanto, nadie me conoce. Solo saben lo que sale de mí, solo eso. Y eso no es mucho, pese a que uno sea cuasi transparente o intente serlo. Al final solo queda eso, lo que se ve o lo que se quiere ver. Y más allá cómo se quiera ver.
Mientras, yo sigo viviendo conmigo mismo hasta que, juntos, nos vayamos de la mano.
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