Tumbado en la cantina de mi viejo amigo Kekoa, sentado cuatro palos mal puestos que le dicen silla y con mis botas encima de mi propio altar del vino, jarra en mano, brindaba por mis conquistas más recordadas con el gesto torcido y balbuceando en voz alta.
Mi buen amigo Kekoa, que en su dialecto significa valiente soldado, fue compañero de andanzas compartiendo galeón, tripulación y sobre todo bodega, en alguna ocasión, su valentía nos costó algún disgusto en forma de carrerita por esas cuadras limítrofes. Y es que el buen cantinero tenía tela de labia y tenía por afición encandilar a las niñas bonitas de los mandamases de las islas donde atracábamos.
“Eeeeeh, capitán, ¿qué pasó con Alepana?”, me gritó desde lo alto de un barril tratando de alcanzar un gabán olvidado de algún ilustre tratante.
“Echa más vino aquí y déjame en paz” balbuceé e incorporándome, apoyé mi cabeza en mi mano con el codo en la mesa y se vino a mi mente el aroma inconfundible de aquella morena jovenzuela con la cual me topé al cruzar una esquina huyendo de los hombres de un marqués. Algo me habrían hecho para que corrieran tras de mí, ¿no creen?
El reflejo de mis ojos en los suyos, su piel oscurecida por el efecto solar de una zona costera única, melena que se contoneaba con la brisa bajo el latir de un 3×4 inconfundible. Pronto mis latidos fueron a compás. Su boca, dibujada por los mejores retratistas de la
Corte Real, su cuerpo marmóreo descendido del mismísimo Olimpo y ahí me tienen, cual estatua de sal, inamovible y anonadado ante la más bella obra de la naturaleza en forma de mujer.
Leve y tembloroso saludo con giro lento y suave de sombrero y ella me sigue mirando sin remediar palabra. Se acerca y me susurra: “Aletea” y se marcha corriendo descalza entre el adoquinado perdiéndose en las lejanías del callejón.
Marcha el día y como acostumbro en ciertas ocasiones, el pequeño acantilado es mi morada para respirar aire puro, dar unos tragos al vino de mi amigo Kekoa y meditar sobre los pecados capitales cuando alguien parece acercarse…
¿Ese aroma? ¿Esas hechuras? Parece que el oleaje tomó forma humana y viene a arrastrarme mar adentro… Era ella, Aletea, se sentó a mi lado y por un instante mi brújula perdió el norte girando desconsolada, llevándonos a los dos a los a las coordenadas allá donde todo marinero pierde el rumbo.
“¡Despiertaaaaa!”
“Kekoa, ¡siempre tan simpático…!”
Y desperté de mi recuerdo cuando más feliz era…
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