El desvelo se hizo presente en el sentir noctámbulo en las praderas marmóreas y catedralicias.
La cuarta hora se contempla en el montículo gramíneo de mi marcador de porciones horarias mientras la gravedad y el inevitable deambular del tiempo nos hace cada instante mayores.
La frialdad se hace eco y dueña de un cuerpo impertérrito aunque martilleada por el suave transcurrir de las décadas. Las infinitas techumbres que contemplo hacen que mis pensamientos se entrelacen perdiéndose en un gótico abismo.
Noches para pensar, para meditar y dejar que las alas de la imaginación hagan el resto.
Profundas respiraciones se sienten en la lejanía más cercana. La totalidad descansa sosegada mientras manuscribí estos vocablos en mi serenidad.
Pronto la luminosidad alcanzará niveles insospechados; esas altitudes que potencian el colorido y los rasgos más incesantes de una Sevilla enmascarada y aquende, con mi búcaro a un lime, que aún conserva la capacidad frigorífica de antaño, y la compañía inevitable de mi lagarto, camino por un frío Patio anaranjado mirando celestial paisaje.
Trago de agua, fin del deambular y me resguardaré en una encuadernación que sempiternamente descansa junto a Lobera. Procedo pues a una lectura relajante mientras el paso de página hará que mis ojuelos nuevamente se cierren y comiencen ensoñaciones de Caballeros, Damiselas enamoradas y Gigantes bonachones en un mundo de fantasía que alcanza realidad si comparaciones procedieran.
Marcho pues…
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