Se fue la luz y dejamos de brillar. Nuestro ser parecía como ausente.
De pieles mates, ni el mejor de los ebanistas podría barnizar tanta tristeza, tanto desasosiego.
Necesitamos la clorofila luminosa de la alegría, la vacuna de la amistad, de la sonrisa tonta, la de las carcajadas improvisadas.
Somos mecanismos de digestiones de terraza, copa y tertulia y la primera la hacemos de milagro.
Aprendimos a enmascararnos con mezcla de novedad y recelo y con el tiempo, la novedad se convirtió en monotonía y el recelo en sumisión.
Vivimos en penumbra, bajo un eclipse que no hay que mirar desde ningún punto de altitud elevada; basta con mirar la tele, ver algunas noticias o hacer una videollamada a tus padres.
Hoy he sentido un halo de esperanza; un vacunado, feliz y expectante, pero feliz, mostrando sus inquietudes y sus mejores deseos en forma de fecha límite.
Ojalá así sea y volvamos a poder brillar.