De esencia eterna, arañas las tripas de la tropa con afilada daga.
Sepulcral silencio entre el bullicio de todo el que te rodea.
Rumores, conversaciones de besugo, diálogo entre sabios en esa y cualquier otra materia que surja.
De pie, con apoyos externos y destrozando la escasez en la que presento mi paciencia.
Tu mundo se detiene inmerso en una vorágine que te rodea; gentío que pasa por tu lado, -unos miran, otros ni eso- y con suerte nadie interactuará contigo rompiendo tu estado de letargo interno para paliar su necesidad.
La cuenta atrás en una cuenta hacia adelante, con mayor o menor intervalo de tiempo entre numeración y numeración.
Analizas conductas, gestos, palabras, comentarios vacíos en terminología cultamente inculta cuando se acerca un ente, arrogante, nervioso y con constantes llamadas de atención que pretenden justo eso para ganar ese ratito de gloria, tan absurda como cómo el propio ente. Tu paz se desmorona entre cambio de gesto, mirada a la nada y aceleración de latidos que indican que estarías encantado de estrangular a la que ha roto tu equilibrio. Este factor nunca fue contemplado por Le Chatelier… algunos tal vez me entiendan.
La espera siempre eterna, siempre aburrida, siempre troceada en pequeños momentos. Siempre odiosa. Siempre.