¡Puedo! ¡No puedo! ¡Nooooo!
Y así desojo la margarita encontrada en esta bella, desierta y paradisíaca isla en la que he detenido mi travesía para gozar de unas horas, días tal vez, de inmensa paz. Esa paz que me da la inmensidad de un estrellado cielo, de un paraje verdoso y fresco al clarear la mañana cuando mi piel comienza el proceso de adsorción del rocío.
Y sí, respiro profundamente para tratar de compensar esa ira contenida, esos embotellados mensajes con remitente y sin rumbo fijo con la finalidad de ser recogido por náufragos y maleantes, para paliar esa fuerza sobrehumana que sobresale de uno mismo al contemplar la injusticia, buen sabedor de la verdad absoluta.
Aquí, sentado en una orilla que trae y se lleva las verdades del mar destrozo la pobre e indefensa margarita cuya única culpa es la de existir y florecer a mi vera en este preciso momento.
No teman, estos eternos instantes de remanso dan felicidad extrema a este Navegante deseoso de hablar en alta mar, con sus cañones apuntando cabeza enemiga y siempre con los suyos, mejores o peores, pero como si fueran hijos míos. Y aunque sean feos, los más feos de la piratería, como se te ocurra nombrarlos te degüello.
Otra margarita!!!
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