Se le presentó la oportunidad y la aprovechó sin miramientos, no hubo excusas, miedos ni inseguridades. Muchas veces le dijeron que valía, que merecía la pena, que era alguien inteligente y llena de inquietudes que por desidia siempre dejó dormidas.
Era el momento, el minuto de gloria que siempre había deseado… siempre pensó ¿y si no sale? Ahora se preguntaba…¿ Y si sale bien? Aquel vaso medio vacío empezaba a dejar de tener sentido en su vida. Había muchas metas, muchos logros por cumplir, muchos objetivos marcados. Todas las posibilidades encima de la mesa y era necesario establecer un orden de prioridades que le permitiera tener la mente despejada para lo que se le avecinaba.
A veces, cuando vemos tan de cerca aquello por lo que soñamos, el entusiasmo nos deja en un sinsentido que hace difícil lo fácil y al final se llega al mismo callejón sin salida de siempre.Era su momento. Después de tantos años sin coger un fluorescente (así se llamaban en su época) para subrayar lo importante, tanto tiempo sin hacer un esquema, sólo los mentales, y ahora preparando la artillería se ilusionaba en cada palabra que iba leyendo y que era un pasito menos para llegar a la meta.
Se le había olvidado cómo recordar textos, cómo plantearse el estudio de un modo asequible y fácil. Habían pasado tantos años que no sabía si sería capaz… Pero no, no podía volver a esconderse en sus inseguridades. Tenía que intentarlo al menos, sabía que era tan capaz como cualquier otra persona.
La mesa del salón se convirtió en su nuevo habitáculo. La calor había llegado para quedarse y el ventilador se convirtió en su mejor amigo y confidente. El espejo su tribunal y sus nervios su «pan nuestro de cada día».

Folios se esparcían por aquella mesa de trabajo improvisada, un estuche con edding para subrayar, lápiz para las anotaciones, poss it con lo fundamental, resúmenes, exámenes, información en la pantalla del móvil o del ordenador para completar la formación y estar preparada. Estas eran sus olimpiadas particulares, y se estaba preparando para ganar el oro. Las medias tintas en competiciones de alto rendimiento no valían, había que dar el doscientos por ciento, con trabajo o sin él, con ganas o sin ellas, con dolor de cabeza o de alma, pero había que hacerlo. Una carrera de fondo con la presión añadida de que era su primera vez y el miedo a lo desconocido y la ignorancia de la burocracia, a veces se le imponía como algo que sobrepasaba su capacidad.
Fueron tantos meses de avanzar lento, pero avanzar, de comprender que el que no lucha no gana, de que la toalla, si se tira, hay que recogerla para volver a empezar. Y así un día tras otro, sin descanso, sin prisa pero sin pausa, llegó el día D. Y allí estaba, dispuesta a demostrar que podía, que había creído en ella durante meses y ahora tenía que hacer ver ante los ojos de unos desconocidos que era la persona adecuada para conseguirlo.Mientras entraba en la sala de examen, los nervios le podían, la respiración entrecortada casi sin llegarle aire a los pulmones. Se sentó en aquel pupitre de Universidad con más miedo que vergüenza, pensando que había olvidado todo lo aprendido esos meses antes.
Examen boca abajo, silencio, suspiros de todos los que llenaban la sala, y dió comienzo ese último tramo de recorrido, en el que había que esprintar pero sin caer para que nadie le sacara ventaja. Conforme leía las preguntas, se dio cuenta que no había sido en vano, que las noches sin dormir y las tardes sin salir habían merecido la pena, y fue entonces cuando su cuerpo se relajó, y comenzó a pensar como alguien ganador. Ahora era su momento. Ahora ya había llegado a la meta.
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