Cae la noche, se alejó la llama que mantiene latentes almas en vilo mientras termino de calzarme para no tocar suelo.
Se rumorea que soñar despierto es de ingenuos, de personajes de bajo calado y algún que otro altruista filósofo que nos regala ideas, sin ton ni son, con el único motivo de hacerse notar.
Cayo la noche y aquí me tienen, grande, enorme, agigantado en mi ser, dueño de tus calles, de las mías, sin más compañía que la de mi fiero, pero extremadamente fiel, cuadrúpedo peludo.
Bajo mi máscara y permito que el aire impoluto atraviese mis fosas nasales vistiendo mis pulmones de novedad mientras camino en solitario, en soledad, en mí y para mí, escribiendo como ese filósofo, para regalarte mis palabras.
No, no crean que él y yo somos la misma persona aunque nuestro sentir difiera en escasa probabilidad.
Cruzo de acera sin mirar, con el riesgo que conlleva, aunque sabedor de que el silencio hará de guardián y me susurrará lentas baladas para que bailemos juntos en este último baile que no llegó.
La noche como compañera, la calle como amante y mis palabras como viaje por sus adoquines. Así comienza esta historia de amor.
¿Mi nombre? Poco importa. Siempre seré ese mendigo que mora por tus calles dándote los buenos días con la mejor de mis sonrisas.
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