Hasta allí llegó el aroma que la transportó, sin preveerlo, a ese rincón que aguardaban acurrucado en la memoria de sus recuerdos. Ese rincón estaba tan cuidado, tan mimado que todo lo que allí moraba era tan delicado que nada ni nadie podía emborronarlo.
Ese olor que entraba hasta lo más profundo de sus vivencias cuando aún peinaba dos colas… Cómo un olor puede evocar esas vivencias que creías olvidadas, sin recordar que estaban allí, en su lugar especial, en silencio, esperando el momento justo para hacerse notar en el presente de un pasado añorado.
Olor a Sevilla, a barrio, a volver cualquier esquina de cualquier calle y ver esa maravilla trepando por encima de una tapia cualquiera, embriagándote con su inconfundible belleza aromática.
Si piensas en Sevilla, en verano, en noches de calor con abanico en mano, en velaita de Santa Ana, entonces irremediablemente te transportará al lugar exacto de esa borágine de recuerdos, como si de nuevo estuvieras allí mismo, con la misma gente, la misma inocencia y las mismas ganas de crecer para luego arrepentirte de haberlo deseado tanto.
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