Escucharte entre las olas chocar con la escollera al zarpar es milagroso; gritos, alarmas, el puerto, la venta, el gentío se apoderan de los sentidos y casi no puedo sentirte mía.
Adentrarte en alta mar mientras un anaranjado atardecer se vira en nocturnidad y la ceguera se hace real. Una catarata se presenta delante de ti y no existe ninguna caída de agua que pueda alterar el rumbo.

Echar el ancla allá donde la propiedad solo se escribe la N mayúscula de Neptuno y apoyarte sobre el mástil de la vela mayor con un viejo cuaderno y un lápiz que encontraste en tu camarote, entre aquellas cartas que jamás enviaste.
La Luna alumbra cada palabra; el viento se detiene expectante a ver si le dedicas alguna frase mientras la tripulación reposa los estragos de los excesos de ron.
“La Luna me está mirando y acariciándome el pelo y yo le he dicho que el cielo, puede quedarse esperando…”
Me acuerdo del maestro y mientras tarareo su cuarteta, caigo en la cuenta de tu existencia; estás ahí siempre, incuestionable, impertérrita en cada momento, sin embargo, en noches de paz como la que habito, te siento, te deseo, haces que mi soledad no sea tal. Dejas de ser involuntaria y te acompaño en tu devenir. Tú y yo siempre juntos y más en este preciso momento. Te siento, te apoderas de mis actos mientras mis ojos caen como cortinas de bien teatrillo.
Bendita y honda respiración que me llena de vida.
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