Salió al balcón, deseando respirar aire puro, fuera de aires acondicionados y ventiladores que sólo removìan el ambiente pesado.
Ya caía la noche, y el fresco no terminaba de llegar para sofocar la calor insoportable del día ni el agobio que se infiltrada por momentos en su cuerpo.

Decidió ponerse un vestido fresco y calzarse unas zapatillas viejas para bajar a dar un paseo en la soledad que le suponían cada año los meses estivales.
Andaba arrastrando los pies, sin fuerzas apenas paraantener el equilibrio sobre los adoquines que pisaba a cada zancada corta y ajada.
Miró al cielo y descubrió que estaba allí, blanca y redonda, sobresaliendo en un cielo cada minutoas oscuro, y entonces escondida tras una esquina, en una calle por donde nunca pasa nadie, se sentó en un poyete y dejó de pensar. Se dejó llevar por esa sensación de libertad que le supo a poco o a nada.
En esa oscuridad elegida, recorrió cada parte de su cuerpo relajando los músculos de un cuerpo tensionado y cansado de dolor.
Nadie sabía cómo se sentía porque el dolor si no se ve, no se siente ni se sabe. Sólo ella era capaz de respirar para vivir, para no sentirse frágil, para continuar el camino a pesar de todo.
Tenía un mundo interior tan rico y tan bonito que se decepcionada con ella misma por no saberse capaz de gestionarlo y darlo a conocer.Siempre una punzada nueva, siempre una ansiedad diferente, siempre dolorida por dentro y por fuera, pero siempre sonriendo a sabiendas de que todo era fachada.
Muchas veces quiso dejar de sentir ese dolor invisible que la derrotaba, ese termostato estropeado que albergaba su cuerpo, pero nunca fue lo suficientemente valiente para dejar de sentir, y en esa cobardía inexplicable, decidió volver a abrir los ojos en aquella esquina escondida, para levantarse una vez más y arrastrarse hasta su guarida preguntándose si sería capaz de aguantar otro día más.
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