Tan presentes como, muchas veces, olvidados. ¿De qué hablo? De los pequeños placeres del día a día.
Todo surge cuando aparece uno de ellos frente a mí, sin darme cuenta. Acto seguido empiezan a brotar de mi cabeza mil momentos de los que dan vida a la vida.
Ese abrir de ojos, y mirar el despertador, sabiendo que te quedan horas para despertar; o esos cinco minutos de más que te concedes como primer premio del día.
El levantarte y que huela la cocina a café recién hecho, y tengas la tostada lista para comer, aunque te coma el sueño.
Salir de casa, que haga fresquito, y al llegar al trabajo aparcar en la puerta sin dar ni una vuelta por el barrio.
Que te den las gracias o te pidan perdón ante un encuentro fortuito.
Encontrarte con algún viejo amigo y tomarse, de manera improvisada, unas cuantas cervezas entre risas y recuerdos.
Llegar a la parada del autobús y que, antes de preguntar, aparezca doblando por la esquina. Que la parada de destino esté cerca de tu casa.
Entrar en un comercio y que no haya cola a la hora de pagar, que te atiendan con una sonrisa.
Pedir comida a domicilio y que el repartidor aparezca antes de la hora señalada.
Que sea tarde, tengas hambre y esté la cocina del bar abierta y una mesa libre para ti.
Que no haya cola en la gasolinera y encima haya bajado el precio del gasoil.
Bueno, con esta última me he venido arriba 😉 , pero no hace falta tanto para «tirar palante».
Pequeños son, grandes llegan.
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