Mis problemas son míos, no vengo a hacerte partícipe de ellos.
No recuerdo el día en que me preguntaste sobre mi vida, sobre cómo me había ido en el viaje o sobre si había comido bien.
¿Qué tal te va con tu pareja?, ¿cómo va el equipo este año?, ¿necesitas algo?.
¿Cuándo fue la última vez que me preguntaste si era feliz? ¿Cuándo quisiste saber si estaba a gusto en el trabajo, más allá de que me subieran el salario o me ascendieran?
Por supuesto que muchas veces me preguntaste, pero ¿cuántas de ellas fueron con intención de escuchar y de empatizar conmigo? Y no por el mero trámite de interesarte sin interés.
Si lo único importante era preguntar, preguntaste. Aunque no preguntaste para escuchar la respuesta, para entender lo que te contaba.
Mientras tanto, no paras de ningunear los éxitos de tu entorno, de no dejar hablar en grupo o tener que estar todos callados mientras tu hablas, a destiempo casi siempre. Con el «yo más» delante de cada frase y la verdad absoluta por bandera.
Mis problemas son míos, no vengo a hacerte partícipe de ellos.
Pero tampoco vengas tú ahora a generar problemas de la nada, a inundarme de mierda hiriente y a hacer que todo eso ocupe mi azotea. Que ya anda bastante repleta y con causas pendientes.
Mis problemas son míos. Los míos, solo míos. No vengas a hacerme partícipe de los inexistentes.
Deja una respuesta