No creáis que me he vuelto loca, al ser tan radical en el título de esta entrada, pocos actos existen que nos hagan pensar en que no debemos ser tolerantes e intentar comprender a la otra parte por muy burda y desagradable que sea la situación, pero cuando se trata de la violencia de género, la cosa cambia, y mucho.
Estamos acostumbrados a que la violencia física forme parte de nuestra vidas, como el comer o el dormir. Ya no ponemos el grito en el cielo cuando en los informativos de todas las cadenas de televisión y radio, nos hablan acerca de atentados terroristas que se cobran las vidas por cientos, tampoco lo hacemos cuando nos cuentan que un padre ha matado a un hijo o viceversa, no se nos pone ya el vello de punta cuando nos enteramos de que ha habido otra víctima más que sumar a la lista de las asesinadas a manos de su pareja… Nuestros sentimientos terminan por escudarse tras una dura capa de acomodación obligada, podríamos llamarla, ante tanta barbarie junta, y sobretodo ante tanta pasividad e impotencia por no poder hacer nada.
Los agresores son encarcelados cuando ya han cometido el crimen, cuando ya nada tiene solución para los familiares de quien ha desaparecido de nuestro lado para siempre, o para quien ha perdido la vida ante la atónita mirada de todos cuantos nos enteramos por el comentario de una vecina discreta que insiste en que los oía discutir, escuchaba gritos cada noche y porrazos estruendosos, pero que eran cosas de pareja…
Estamos tan equivocados… Aunque comprendo el temor a inmiscuirse en lo ajeno, en lo que en principio no nos incumbe, por si apareciera en nuestra vida una Violeta Santander cualquiera y encima nos busque las cosquillas negando lo evidente y haciéndonos parecer los malos de la historia en cuestión.
La violencia de género, es el cáncer de la sociedad actual, y una lacra que no nos deja avanzar en el respeto, la conciencia, los sentimientos y el “toma y daca”. Se trata de una violencia que educa en el odio y en el rencor, en el remordimiento interesado de quienes quieren parecer arrepentido a los ojos de los que miramos desde la barrera, y de los que miran desde el estrado de un juzgado cualquiera. Se dictaminan órdenes de alejamiento, a “taitantos” kilómetros de las que, en escasos días, y si no se impide de alguna otra manera, se convertirán en una muerte más que sumar, como nos viene enseñando la experiencia. Se pide a gritos en cada rincón de España un cambio en las leyes, un endurecimiento de las condenas, pero nunca llega, y mientras seguimos esperando que el mundo cambie, que los agresores de verdad sean los arrepentidos, continúan produciéndose crímenes avisados, cumpliéndose amenazas irremediablemente reales y cruentos.
¿Cuánto va durar esto? ¿Por qué nos doblega la violencia? ¿Por qué nadie nos ayuda a salir de este laberinto de sangre?¿Por qué siguen muriendo personas y nos acostumbramos a ello sin más? y sobre todo… ¿Por qué?
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