Aún me estremezco cada vez que cae en mis manos un noticiario y las nuevas, de ello tienen lo escaso de la nada que se atisba en el horizonte.
Ese horizonte lejano, perdido que ligeramente queremos apreciar y que muchos jamás encontrarán perdiéndose antes de llegar a bien o mal puerto, pero puerto al fin y al cabo.
¡Cuántas almas perdidas!
¡Cuántas almas engañadas!
¡Cuántas almas ilusionadas!
Muchas vidas robé, muchas almas liberé de su cárcel en buena lid y en batallas donde abordar al enemigo se teñía más de fiesta que de necesidad y aún así, echo el ancla, me postro a los pies del palo mayor y entre crujir y crujidos de la madera, rechinan mis dientes pensando en esas almas entregadas a Neptuno, arrastradas por la mar cuando se echan a ella en un humilde cascarón con la ilusión del que espera su mañana de Reyes en una muy oscura noche cualquiera, con la ansiedad de todo lo que deja atrás. Todo. Si todo.
Buscar la felicidad, o al menos la tranquilidad de la mala vida, nos precipita a un abismo del que jamás podremos volver y aún así, seres inmundos juegan con esas almas, almas que se perderán sin remedio y jamás pisarán paraíso prometido.
Va por todos ellos mi escrito.
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