EDITORIAL
Así, tan manido como suena, tal real como muestra la fotografía a continuación.
Desgastado discurso, descolorida, haraposa y desangelada. Así, como no puede ser de otra forma se encuentra la bandera.
Bandera, dice sé de trapo coloreado corporativo que debe representar a una porción del globo terráqueo, cuyos límites han sido decidido por seres humanos e inhumanos del pasado y que continúan en vigor, siglos después, salvo algunas actualizaciones -acción bélica Dios mediante- con el simple hecho de que oligarquicamente se adquieran poderes perdidos en el pasado.
El inicio de la pandemia y la creación de ese partido casposo que huele añejo y no precisamente porque el diccionario sea heredado de padres a hijos, ha traído consigo la necesidad de sectores que deberían seguir escondidos hasta su desaparición, donde la roja y gualda es símbolo de una falsa grandeza, tan inexistente como utópica.
Aplausos pandémicos analfabetos, doctrinas para los aplaudidores y símbolo que solo representa a un sector que en el pasado dictatorial llenaron sus bolsillos a costa del humilde trabajador bajo la batuta de las armas, el ejército y la cruz que muchos llevamos colgados y que me niego a aceptar que les pertenece.
Por eso remato esta editorial diciéndole al ser humano en cuestión que la deje cara al sol y analice su desgaste, su deterioro y piense, sines que alguna vez aprendió a hacerlo, la metáfora que tiene en su balcón.
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