Abrir los ojos al mundo ya me parece un regalo extraordinario y hacerlo contigo entre estos cuatro cartones, un lujo al alcance de muy pocos.
Decidir abandonarme a vivir, a vivir la vida que, puedo decir con rotundidad que yo he decidido, me hace tan libre que ninguno de ustedes me entendéis y el que os entiende aunque no os comprende soy yo a vosotros.
Lo que yo estoy sintiendo en este preciso momento en el que los ojos aún no están en su habitual apertura y se cierran con cierta facilidad, no está al alcance de los que dormís en una cárcel de cuatro o cinco paredes, un vestidor inmenso y una mesilla de noche con tres cargadores enchufados para que cuando despertéis podáis existir conectados. El abrazo que me están dando son los mejores buenos días posibles, sin intereses, sin conflictos, silencioso y a la vez el que más estruendo puede ocasionar en mí.

Abrazarle yo no es más que un acto recíproco incondicional; una reacción agradecida, feliz y consecuente a todo lo que estoy sintiendo.
Despertar o estar en proceso, con las aceras tranquilas por el paso de la noche y sentir este bendito aire fresquito en mi cuerpo semidesnudo no tiene explicación.
Tengan buenos días y por favor, aprendan a disfrutar de todas estas pequeñas, pero gigantescas cosas, que tiene la vida.
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