Concluyó la presentación entre acordes y sin remate, con la musicalidad escrita del enamorado que regresa victorioso al hogar tras batallar en su jornada y ve la sonrisa de su pantera…
Como primer posible pasodoble donde el tipo, el piropo inicial o el repaso a lo acontecido es protagonista, recojo la pluma caída a pies del recién estrenado tintero y condenado, a punto de recoger sus bártulos y con el alma echa harapos, irascible por encima de la mar en calma, te escribo subido en una ola con la que me confundo y juntos moriremos en la orilla.
De nada sirvió remar con y sin ilusión, con y sin intención, con y sin corazón. De nada… y de nada jamás saldrá de mi boca como reacción. El día de la acción de gracias nunca se imprimió en el calendario de nuestras vidas. Maldita errata e imprenta.
Condenado, sentenciado no ejecutado; las manos atadas y la soga poco apretada a modo de corbatín elegante e imprescindible en toda guillotina poco afilada y menos afinada, como si del tipo loco de un loco se tratase…
Así, muriendo en la orilla, rebosantes de espumas por el brío con el que llegas; tempestad inválida en la tinta seca por el viento que todo se lleva. Pocas palabras podrá llevarse.
Condenado me pregunto, ¿morir de pie? ¿vivir de rodillas?
Atuso mi barba sesteando, pensando, sintiendo y asumiendo, mirando perdido el finisterre pero con el incesante fuego de ese Ángel caído, que se las supo todas, que lidera sin liderazgo el bello noble y olvidado arte de la justicia y que en su libertad es extraño en tierra sin bandera.
Condenado con testigos y sin derecho a abogado; causa pérdida sin fiscalidad.
Condenado…
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