Cae la noche y los cambios cromáticos y térmicos te pillan en la calle. Exactamente igual que esta mañana…
Coche, trabajo, más trabajo, mucho más trabajo gracias a Dios, más coche, móvil, más móvil, mucho más móvil gracias Dios…
Días atrás, dialogando entre amigos de diferentes edades salió a conversación lo tan manido del “¡cómo pasa el tiempo!”, y pasa y se pasea por nuestras caras, por nuestras vidas casi sin tiempo para comprobar la hora que marcan nuestros relojes. Eso, si con suerte aún le queda batería con tanta notificación…
Llegar a casa es, incluso con posibles llantos infantiles, el mayor placer del mundo. El detener el ritmo, el respirar en tu sofá, el beso, el abrazo, el relax que hace de avituallamiento diario porque en cuanto cierres los ojos, ya es un nuevo día, con sus ritmos, sus tiempos imposibles…
Me gusta exprimirte aunque no sé si el jugo soy capaz de paladearlo cómo se merece…
Me gusta exprimirte y llegar a casa extenuado con la sensación del deber cumplido; del nada me regala nada…
Martes, y antes de sentarme unos minutos a cuidar estas palabras, ya he resuelto un par de asuntillos previos. Y así, seguir desgranando cada minuto…
Me siento bien exprimiendo cada segundo de cada uno de todos los días de mi vida.
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