Cuenta la mitología que a los caídos en combate, aún siendo objetores de conciencia, con dos monedas bastaba para que Caronte les guiara hacia La Eternidad y los lleve a buen puerto. Hades aceptaría el tributo casi sin rechistar.
Cuentan las líneas no escritas de la vida que en años de meteorología adversa, lo recolectado es mínimo. Y justo en estas coordenadas del escrito echamos el ancla, bajamos a las bodegas, descorchamos un mal vino con la bandera pirata izada y nos detenemos a meditar.

El mascarón de proa nos mira de reojo mientras hacemos recuento de lo sembrado.
Alcanzamos con suerte las grietas epidérmicas y el blanquecino cabello echando la vista atrás y ponemos en los platillos balanceados todo lo pisado y lo pateado.
Al final de nuestros minutos, incluso muchos siglos antes, nuestra soledad es sinónimo ineludible de lo actuado. Dicen que uno no muere mientras sea recordado. Otros, mientras tanto ni con 200 monedas de tributo alcanzarían la otra orilla…
Sembrar en la adversidad, disfrutar de los manjares en las bondades y no dejar a ningún desigual a un lado.
Lo dicho, algunos en su maldita soledad, ni con 2000 monedas…
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