Sin duda han pasado dos décadas, sin duda la vida ha cambiado en todos los sentidos. Yo me hago mayor, nosotros nos hacemos mayores pero las expectativas dan miedo y vergüenza a partes iguales.
Volver a la prisión donde cumplimos condena condenando dioses, brindando por los muertos de los dioses caídos derramando litros y litros de cerveza a la salud nuestra porque así nos lo merecíamos.
Atrás quedaron negativas, huelgas, reivindicaciones apoyos incondicionales contra el machismo y todo lo irreverente de una juventud por encima de la media que se implicaba.
Hoy vuelvo a dicha prisión donde los barrotes son puertas automáticas, donde los pasillos donde nos tirábamos a jugar a las cartas son nuevas cárceles para que el número de presos voluntarios aumente, aumentando así los presupuestos para que el Olimpo siga reluciente y donde los lameculos y bufones ahora están enmarcados para gloria de sus amos y señores.
Hoy vuelvo a la cárcel donde me enseñaron que la vida es un negocio donde la mafia siempre gana, donde aprendes en el patio a afrontar tus problemas y los de tus colegas de celda. Sus problemas eran los míos y vuelvo, y la aberración hace esquina junto a un horroroso monumento y el rebaño mira impasible cómo se regala machismo, homofobia, desigualdad, maltrato justificado, xenofobia, y mil calificativos más en forma de stand verde y pulseritas.
¡Qué suerte habéis tenido!
Hace 20 años, entre café y café, entre partida de cartas y horas de biblioteca vuestros principios estarían ardiendo en el suelo y nosotros, litrona en mano, demostrando que la Universidad aún tenía valores, aunque fuera solamente en sus estudiantes.
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