Bastaron dos miradas de pasada a la estantería de los tesoros para saber que eso era lo que quería. Una estantería de madera envejecida, con polvo en cada hueco que dejaban los libros con menos páginas, aunque no por ello menos importantes o interesantes. El mundo de las letras le fascinaba, le hicieron amarlo desde pequeña. Aprendió a saborear el encanto de aquel ensamble de letras formando maravillas, que en aquella época eran de «El barco de vapor» siendo niña, pasando con los años a editoriales que le eran más ajenas y títulos, a veces poco comerciales, pero que encerraban verdaderos secretos en su interior.
Por eso no entendía que, pese a las ideas políticas, pese a las luchas personales que un autor pudiera tener, no se le reconociera su grandeza por estar al otro lado de su línea.
Hubo autores que formaron parte de su biblioteca y los guardaba como un tesoro… Lorca, Unamuno, Miguel Hernández, Antonio Machado… Más adelante comenzó a investigar por otros derroteros, menos profundos, más mundanos, pero igual de fascinantes.
No podía quedarse sólo con uno, los necesitaba a todos, cada uno le aportaba lo que requería en cada momento… Freud, Piaget, Pavolv y Skinner cuando estuvo en la facultad, Louma Sanders, Carlos González cuando supo que iba a ser mamá, Antonio Gala, al que nunca dejó de lado, Khaled Hosseini con sus» Cometas en el cielo» y al que siguió» Mil soles espléndidos». Más adelante cuando su vida dió un vuelco inesperado, fue Elisabeth Benavent quien trajo de la mano a Valeria en todas sus versiones, le siguió Catalina Conde con «Dos veces Carmen» y «Dibujando a India», Megan Maxwell y por supuesto su querido profesor Tomás del Rey Tirado… había que darle una oportunidad a los microrrelatos y este era el libro perfecto para hacerlo.
Carmen Mola (que en realidad resultaron ser tres personas en una y de género contrario al firmado), Juan Gómez Jurado, Santiago Posteguillo, Julia Navarro, María Dueñas y un largo etcétera, pero sin duda la autora con la que se identificaba, a la que escuchaba hablar y se podía quedar horas y horas oyendo, porque compartía con ella tantas cosas, esa era Almudena Grandes.
Una mujer a la que le gustaba leer, que cuando escribió su primera novela apenas podía creerse lo que había conseguido, que cuando aún estaba asimilando la gran proeza que suponía escribir una novela, le estaban pidiendo la segunda. Una mujer clara en sus ideas y pensamientos, clara a la hora de exponerlos. Una mujer que gustara más o gustara menos, ahí estaba, dejando un legado al mundo de las letras difícil de conseguir para muchos, aunque algunos no quisieran reconocerlo, aún cuando su cuerpo ya descansa bajo tierra, y ensucian su nombre con vulgares palabras que, de seguir viva, seguro que podría enfrentar.
Ahora ya no puede hacerlo en persona, sin embargo siempre existirán los verdaderos amantes de la literatura española, capaces de saber diferenciar la política y un mundo, el de las letras, que va mucho más allá. Gracias al universo, aquella chica que comenzó con literatura infantil supo apreciar y leer todo tipo de libros, esa cultura en papel que siempre le sabía poco al terminar.
Nunca le importaron los colores, ni las izquierdas ni las derechas en lo que a leer se refería, y pensó; pobres de aquellos que no saben reconocer un buen libro cuando lo tienen en sus manos, pobre de aquellos que pretenden enterrar el legado más grande que una persona como Almudena Grandes nos puede dejar, por los siglos de los siglos…
PD Que la tierra te sea leve…
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