La vida eso que debería ser el atrezo de tu día a día, de tu constante movimiento. Pues no.
Las calles, observadores constantes, testigos del crimen que estás gestando aunque te parezca involuntario o incluso en defensa propia.
La gente, estorbos más que ayudas; tu trabajo, la coartada de todos esos tus movimientos involuntarios y que nos llevan a la gestación anterior.
Tu familia, entes que restan sumando, que te dividen multiplicándote sensaciones inertes y sentimientos impermeables a tu epidermis. Se gesta la gestación y volvemos en bucle a párrafos anteriores sin remedio.
Cae la noche, tu cama y tu plumón como telón de fondo y cortinas que se cierran aun cuando ni siquiera las habías abierto. Los hombres de negro realizan su trabajo para que creas que la escena de tu vida prosigue y en realidad, te persigue; ojos que te alertan; ojos que te observan mientras los tuyos, inmiscuidos en tu ceguera, no te dejan ver ni tu vida, ni las calles, ni la gente e incluso a tu familia.
Dale uso a tus párpados, que no solo interactúen de motu propio ante reacciones involuntarias, abre esas persianas que llamas pestañas que se te están cayendo y piensas que de manera accidental y admira tu obra de teatro al completo, de principio a fin, con todos sus protagonistas, antagonistas y personajes secundarios.
No dejes que tu vida sea consecuencia de una consecución de meros cambios de escena.
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