Cae con fuerza la lluvia detrás del ventanal de mi dormitorio, y yo embobada mirando cómo las gotas de adhieren con fuerza a los cristales, como si no quisieran llegar a caer al suelo, como si al caer su vida se deshiciera en un charco donde ya no serán admiradas, sólo pisoteadas como mera diversión, como una rutina aprendida de quién descubre que saltar sobre ellos les produce una felicidad y emoción desbordante.
El café está listo en la cocina, su aroma me embriaga la conciencia y como una autómata me sirvo una taza, dos… Lo necesito para volver a ser persona, para empezar a desentumecer los sueños que se quedaron anclados en mi cabeza desde esta madrugada.

Y allí voy, me siento frente al ordenador con esa mezcla de miedo e inseguridad, con ilusión desinflada, con ansiedad controlada para que mis dedos vuelen entre sus teclas creando una nueva vida.
El cursor parpadea, mientras yo invoco a las musas, que seguro que tienen que estar por algún sitio, para que vengan a hacerme compañía y me permitan continuar para cumplir mi sueño… El árbol ya lo plantè hace años, sólo me queda escribir un libro, al menos intentarlo. No quiero dejar esta vida, este mundo sin conseguir sacar adelante un legado, probablemente insignificante para la literatura, a buen seguro, un diamante para mí.
Y allí estoy y me visualizo, dejándome llevar por una imaginación que no siquiera era consciente de tener, con una facilidad pasmosa para volcar mis sentimientos en esa página en blanco de Word que tanto he temido durante tanto tiempo.
Ahora tengo que seguir, porque vivir con miedo es como vivir a medias. Y no le dejo hueco para que habite en mí, no quiero dejarle espacio para que mine mi empeño, ya se lo cedí en una ocasión, y me destrozó sin piedad. Ahora soy yo la que va a destrozarlo a él, con el arma más poderosa… Mi voluntad, mis ganas, mi seguridad y el deseo de sentir la satisfacción personal al poder decir, lo logré.
Estoy aquí, y este sueño es mi realidad.
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