Allí se quedó sola y vacía, no sabía por cuánto tiempo estaría así ni cuánto tardaría en sentir de nuevo en ella el calor que tanto añoraba.

Cada cena de Navidad, cada fin de año miraba a la puerta sin saber por qué no volvía, por qué se marchó aquel año para no volver, y, aún así, sentía que necesitaba ser ocupada de nuevo… Y así ocurrió… Fueron llegando nuevos integrantes, nuevas voces que resonaban en el salón donde siempre se celebraba. Se conformaba con cualquiera que se acercaba pero la sensación no volvió a ser la misma… Añoraba aquel cuerpo castigado por los años, aquel terremoto de vaivenes que le regalaba sin control. Añoraba sus manos arrugadas acariciándole la espalda para luego hacerle la más grata compañía.
Pasaron por ella tantas manos que no lo merecían… Y no lo hacían porque el simple hecho de no ser ella, aquella mujer que peinaba canas y que ocupó con su esencia ese espacio reservado, una propiedad sin título que le fue adjudicado por tantos años de dedicación.
Hoy, esa silla sigue vacía, rodeada de gente pero sola porque no está ella.
Esa silla sigue ocupándose, a veces por unos y en ocasiones por otros, pero seguirá sintiéndose sola sin sentirla cerca.
Deja una respuesta