Tu día a día, tu lento, rápido o fulgurante caminar te marca a fuego tus constantes vitales, tus ritmos, tus filias, tus fobias y todo tu ser. ¡Pues es el momento!
¿El banco? Da igual aunque cada uno tiene su rinconcito… Si es algo “rápido”, prefiero apoyar mis codos en el metal y mirarte lo más cerca posible; la intimidad es total porque nada ni nadie me puede distraer y además es donde más frágil me siento ante tu incesante presencia. Si va para largo, primera fila, izquierda, siempre izquierda, bajo el púlpito, ese desde el que tantas veces te he fotografiado. Escondido, despertando mis bártulos en la silla adyacente y respirando hondo, respirando aire, respirando paz…
Ahí, contemplando tus hechuras, tu mirada casi perdida que siempre se haya mirando al lugar idóneo soy yo el que se pierde entre el Padre Nuestro y nuestras cosas; mis eternas gracias por tanto y tus pequeños reproches; mis solicitudes y tus concesiones; mis ‘aquí me tienes que sea lo que Tú quieras y ese ‘lo que Tú quieras” porque siempre , siempre, siempre, ha sido y será así.
Y me despido, no sin antes mirar nuevamente a mi izquierda, siempre a la izquierda, y pedirle por lo que Ella sabe y que solo nos interesa a los dos…
Deja una respuesta