No soy la mejor, pero tampoco la peor. Lo hago lo mejor que puedo, lo mejor que sé, a veces autoexigiéndome más de lo que le exigiría a cualquiera.
Tengo contracturas fruto de la tensión que me supone superar un día cualquiera. Cuando llega la noche y llega mi momento de lectura estoy en tensión, contrayéndome entera, pensando en lo que tengo que hacer al día siguiente, en lo que ha ocurrido en el día que termina… El trabajo, la casa, los problemas… Y mi descanso mental y físico sigue siendo una utopía difícil de alcanzar.
En cuanto abro los ojos comienza la carrera de fondo, aún sin poder andar a veces por el entumecimiento de las piernas, por el dolor de cuello, de cabeza, de manos y del cuerpo entero…
Un día más, o uno menos, dependiendo de como se quiera contabilizar la vida. Llegó arrastrándome a la máquina de café y poco a poco puedo ir despertando mi cuerpo, porque mi mente no ha descansado ni un segundo y eso me agota.
Cada día de mi vida me levanto con dolor, y sí tomo pastillas que un especialista me receta para hacer mi vida una vida más real, más parecida a la del resto de los mortales, y aún así tengo que escuchar que deje las pastillas, que no tome esto o lo otro…
Ya he aprendido a asentir sin más, para que me hagan sentir aún más pequeña y continuar mi camino. Un camino que ni por asomo nadie puede imaginar. Un camino de cansancio, de hastío, de impotencia, de incomprensión, de negación, de consejos inservibles y absurdos… Un camino que me deja estéril en el intento de sobrevivir.
Pero ahí sigo, al pie del cañón, tirando del carro de todos, hasta del mío propio de vez en cuando, echando de menos que alguien coja el peso conmigo para mi carga sea menos.
Ahí sigo, de pie aún sintiendo que caigo, saliendo aunque prefiera estar dentro, riendo sin ganas y llorando a escondidas.
Ahí sigo, poniendo buena cara a los malos tiempos y poco a poco muriendo un poquito en cada intento.
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