Amanece un nuevo día y este que tararea palabras escritas buscando que el soniquete sea agradable a estas horas, echa la vista atrás recordándote, sintiéndote cerca y a la vez tan lejos. Se suceden imágenes de un niño en una cocina de puertas azules, tarros y botes de Cola Cao. Pero no, no me refería a aquel negrito del África tropical ni a su pegadiza canción. Otro de esos soniquetes que te martilleaba el cerebro hasta que cultivando lo cantaba él y tú salías de paseo y te la llevabas contigo.
Hoy, a la friolera de ¿37, 38 años?, recuerdo aquella sensaciones que se pierden, se perdieron y ya difícilmente volverán.

Hoy, en los tiempos en los que ni el covid ha conseguido detener, nadie echa de menos el despegar, abrir los sentidos al mundo y disfrutarte… no hacía falta mucho más a esas horas.
Tal vez El Quijote poco protagonismo tenga en este escrito, sin embargo, molinos había, molinillos más que gigantes, e incluso granos. Y qué sensaciones…
Luego la comodidad empezó a hacerse cargo de la vida y te conformabas con coger las tijeras y ser el único que despresurizaba el momento. Solo había uno y si tenías suerte, lo disfrutabas… minutos después todo era como antes.
Ahora, nada es igual; ya nada volverá a ser como antes como decía la cantinela…
Ahora, no existen enanos gigantes, ni granos ni tan siquiera aquel posible pitido que, a modo de alarma, te decía que las tostadas también estaban a punto.
Ahora la vida te lleva a la cápsula, a la inmediatez y te recuerdo con mirada inocente.
Mis sentidos se pierden buscándote y no te encuentran… ¿dónde estás?
Ya solo queda el sabor del recuerdo mientras paladeo un ristretto, pero te echo de menos.
Sí, echo mucho de menos ese olor, ese aroma a café recién preparado que inundaba la casa y todos los sentidos. Ya la alarma sonó sin olor y con prisas… tómate rápido el café, sin aroma, sin grano y corre.
Te echo de menos…
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