Inmortal como lo fueran aquellos amores amargos como el vino, en las plazas de la Catedrales; mortal como las condenas de encargo; como tú y como yo…
Inmortal como las palabras escritas con sangre en la arena, como el “yo me enamoré de ti”, como las voces de Salvi, Pellejo y Piojo, inmortal y desafiante como una noche de bohemia en la Plaza San Francisco, a las Puertas del Banco España, sin caretas de Dalí, disón monos rojos aunque con caras blanquecinas, sin “robar” ni rogar un céntimo, pero atrapando corazones en aquellas escaleras para la historia del Carnaval en Sevilla. Sonaba Quiñones y el coro del Gordo cuando se bajaban tus levitas, desafiando lo establecido, una vez más. No la última…
Inmortal porque tus letras lo eran; tu descaro, tu literatura única aplicada al Carnaval; tus cuplés gamberros, borracho con tus amigos, con la mitad de ellos, mientras te acordabas de la otra mitad.
¡¡Inmortal, Capitán, inmortal…!! Como tus versos al Capitán de aquella góndola africana…
Inmortal aunque insistías que para serlo no hacía falta ser un hombre histórico y ahí te equivocaste porque lo eras, y lo eres, histórico y referente de una generación que se encendía con tu palabra, que izaba la voz animada por tu sentir, por tus versos, por tu reivindicación. Con tu lucha… y te equivocaste porque te fuiste cuando estabas, porque estás aun habiéndote ido y porque ahora todos te respetan y te admiran, incluso estudian en aulas con tu nombre, Profesor.
Inmortal porque eras un golfo, El Golfo de Cádiz.
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