Así era Marta. Una niña soñadora y fantasiosa desde pequeñita. Ya en su infancia leía cuentos y libros de El barco de vapor de los que no se cansaba. Se convertía en protagonista de cada historia que leía y dejaba volar una imaginación que la hizo una mujer libre y fuerte.
Pero detrás de esa apariencia fuerte, Marta estaba repleta de inseguridades, de complejos que la hacían estar en un segundo plano sin atreverse a muchas cosas. Su actitud no era la de una mujer valiente ni fuerte, todo lo contrario. Se sentía pequeñita. Evitaba ir a la playa, le daba pánico verse reflejada en el espejo del baño cuando iba a ducharse, porque nunca le gustó la imagen que proyectaba. Se avergonzaba de cada centímetro de su piel, de cada milímetro de su cuerpo. No veía más que defectos por más que intentaba sobreponerse. A pesar de tener unos ojos vivarachos y llenos de luz y magia, siempre los miraba viéndolos tristes e hinchados. Sus pestañas eran negras ni demasiado largas ni demasiado cortas, nada que con un poco de rímel no se solucionara. Su nariz era pequeña y graciosa que se le arrugaba de forma graciosa cuando gesticulaba. Su boca nada del otro mundo, no tenía labios carnosos pero tenía una sonrisa que enamoraba al mundo, y aún así no se veía guapa.

Cuando bajaba por sus hombros se avergonzaba de sus brazos, intentaba ir tapada siempre para disimular aquella piel y aquel cuerpo que no sentía como suyo, aunque llevara acompañándola toda su vida.
Su barriga después de los embarazos quedó flácida, dejó de tener los músculos tensos y la gravedad hacia estrago con cada año que cumplía.
Sus pechos ya no eran lo que habían sido. La lactancia, el tiempo y el poco cuidado que se profesaba hacia que no se sintiera bella en ningún sentido.
Mirándose en aquel espejo solo veía decadencia de lo que querría ser pero se sentía incapaz de conseguir. Marta estaba cansada de estar escondida, estaba agotada de intentar conseguir metas que a veces no eran suyas. Marta estaba desengañada de sí misma, de los que la rodeaban.
Creció pensando que lo importante era el interior con unos valores que llevaba por bandera, pero la vida le demostró que no era cierto, y se sintió estafada por sus propios pensamientos.
Marta no fue capaz de llegar a ser feliz consigo misma, ni a sentirse orgullosa de ella en ninguna faceta de su vida.
Marta se quedó dormida una noche pensando en un resurgir, que como tantas otras veces, nunca llegó a hacerse realidad.
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