Salió el sol y saltó de la cama como un resorte pensando que se había quedado en los brazos de Morfeo más del tiempo que debía. Pero no era así. Todo estaba en su sitio, el despertador aún no había sonado, la lavadora en modo programado empezó a girar hacía media hora y sin embargo pensó que el tiempo corría demasiado deprisa aquella mañana. Se enfundó en unos vaqueros desagtados y se calzó las converse, había que bajar por el pan y se cansaba sólo con pensarlo, pero era momento de remolonear. El tiempo seguía corriendo en su contra…

Ya de vuelta en casa, mientras removía absorta en una pantalla de TV apagada el café que le recargaba las pilas, pensó que había llegado el momento del cambio. Su mundo laboral y social hacía tiempo que era inexistente y necesitaba ordenar las ideas que revoloteaban dentro de su cabeza como un zumbido inagotable, un tinnitus sin diagnosticar que sólo ella sabía que existía.
La ideas llegaban pero no la forma de hacerlas tangibles, de materializarlas en su realidad… Pero ese día salió el sol, y no se dejó vencer por la desidia.
Cogió su agenda de papel, esas que ya nadie usaba, pero que para ella era imprescindible cada año, y comenzó a plasmar todo lo que en ese momento sólo era un sueño pero quería convertir en realidad.
Salió a recorrer la ciudad, con un bolígrafo en el bolso para coger ideas… Hacia fotos, entraba en todos los comercios que creía que le ayudarían en su proceso. Un proceso que acababa de comenzar para ella y necesitaba verlo ya tomar una forma de verdad.
Miró en la cuenta del banco para ver qué le quedaba para terminar el mes, y con los pocos ahorros que tenía comenzó el camino.
Sus manos fueron la herramienta para crear, su imaginación para inventar. Mezcla de colores, combinación de estilos… Nunca lo había hecho pero se lo propuso como meta y lo consiguió.
Un cuento de hadas inventado que iba cambiando cada minuto pero que logró condensar, porque ese día había salido el sol y por primera vez en mucho tiempo consiguió ver la luz.
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