Atrapado en un mundo de fantasía, sin querer estar y sin querer salir. Un lugar inexistente en el que no me siento maldito, en el que todo me sabe bien. Disfruto, siento, vivo.
Luces, efectos especiales, situaciones increíbles y hasta imposible dentro de la posibilidad que hay en ellas. Momentos repletos de placer, de orgasmos sensoriales que no deberían terminar nunca.
Si hasta llego a estar contigo, sin que tú lo sepas, y yo lo espere. Y eres feliz, y yo lo soy contigo. Estás ahí conmigo, de mil maneras y todo fluye de manera tan natural que asusta, y gusta.
A veces, todo se torna gris y oscuro, pero lo sigo percibiendo y sintiendo de una manera tan diferente a los problemas reales, que me reconforta ese sufrimiento aumentado, y hasta se me acaba olvidando, sin dejar huella.
En cambio, los otros momentos, los recuerdo con ilusión, deseando que vuelvan a llegar. Cierro los ojos y aprieto fuerte. Quiero todo lo que ocurre, sin que ocurra, todo lo que vivo, sin estar activamente vivo. Respiro ese aire diferente, diferencio los colores con mayor nitidez y saboreo texturas deliciosas.
Resulta irónico, que cuando duermo me siento más conectado con el mundo que estando despierto. Y cuando lo hago, todo eso queda ahí, para mí. Y yo, lo sigo disfrutando mientras dura su recuerdo.
Incluso si me encuentro contigo, y hemos vivido un sueño juntos, te lo comento y lo revivo esperando que sea verdad, por eso nunca los cuento.
Cerrar los ojos para soñar, soñar para seguir siendo, alimentando mis sueños.
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