Como tantas otras veces volvió a empezar de nuevo, era ouna nueva oportunidad para dejar atrás lo pasado y partir con el contador a cero. Jamás pensó que la vida le daría tantas oportunidades, se equivocaba, la vida da tantas oportunidades como quieras, pero hay que aprovecharlas, desde el primer segundo para exprimirla al máximo.
En ese momento se encontraba en el subsuelo de las emociones y los infiernos de la autoestima, desde ahí solo quedaba ir subiendo hasta llegar a una superficie que una vez más le tiraba un salvavidas, la suya.
Se esforzó tanto por llegar a ser que se olvidó de lo que era. Queriendo parecer lo que no era consiguió lo que esperaba, pero todo sería de mentira. Con una coraza que nunca se quitaba y que dejaba su cuerpo exhausto después de 24 horas en pie. Ni descansaba ni quería hacerlo, siempre alerta, siempre en la lucha del día a día, haciendo ver qué nada le afectaba, hasta durmiendo no se deshacía de ese traje prefabricado de impostura y fortaleza.
Se propuso levantarse cada día con la sonrisa puesta, aunque fuera mentira, caminar con la cabeza alta, aunque quisiera esconderla, siempre maquillada para que el espejo reflejara una imagen más o menos bonita, aunque ella sabía que estaba lejos de la realidad, de su realidad, y aún así lo hacía, como los deberes de un colegio imaginario que se formó en su cabeza.
A veces le fallaban las fuerzas y las ganas y, sin embargo, continuaba con la farsa de su vida. Quizás así le fuera un poco mejor, quizás así el daño sería más llevadero y el dolor más ínfimo.
Invirtió en su apariencia física sin darse cuenta que la mejor inversión en sí misma no era otra sino hacerlo en su salud mental. Esa salud que olvidamos que existe pero que es culpable y causa de muchas marchas demasiado jóvenes y de otras muchas demasiado buenas.
Así que sólo puso parches a su bienestar, y como era de esperar éstos ser fueron despegando, porque al fin y al cabo solo eran pegamento pasajero para las heridas de verdad.
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