Cuaresma que avanza entrelazando conciertos y ensayos, zapatillas que se atan al pum pum de unos tambores engalanados, fajas y cornetas que se funden en un abrazo eterno, costales… la partitura del costalero que recoge el peso del pentagrama de la fe.
Cuaresma que ya comienza a ser pasado, papeletas de sitio, palios montados y misterios que dejan de serlo para comenzar a ser solución a nuestros pesares más escondidos, más guardados en el baúl de los sueños rotos.

Cada pieza de plata atornillada es sutura para nuestras heridas, cada nota afinada anestesia para nuestro dolor. Atrás parecen quedar días de intimidad devocional y Sevilla se prepara para lo que mejor sabe hacer: rezarle a Dios en sus calles.
Palcos en proceso, “rampla” que se atisba, cartones que toman forma de cucurucho, capas que empiezan a ser planchadas.
Escudos en proceso de perfecta colocación, zapatos limpios, trajes colgados, cortinas y armarios que empiezan a revestirse de sevillanía, de familia, de tradición, de túnicas de toda la vida…
Hervideros son las casas de hermandad, ordenadores funcionando, listados que empiezan a tomar forma, estampitas imprimiéndose y cererías a máxima productividad.
Y mientras, nuestros sentimientos a flor de piel; cada marcha nos trae recuerdos de una chicotá eterna, de una compañía que ya no está. Petalá de emociones que regresan, balcón como escenario, rezo cantado directo al corazón a golpe de fragua; soleá que te lleva al barrio; barrio como enjambre de tradiciones que te pican y te meten el veneno deseado, vacuna para todo un año.
Sevilla se viste de gala, botón a botón, flor de azahar a flor de azahar…
Llega la Primavera recelosa de una ciudad que florece cuando quiere obviando el equinoccio.
Bienvenida primavera. Seguimos contando y descontando días…
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