Encarcelado, entre rejas, y sin la llave maestra que abre nuestros corazones. Así son los sentimientos del cofrade sevillano que ya se prepara entre sueños, con poder sentir en plenitud ese día en el que los abrazos, los besos y las amistades de siempre se confunden entre hábitos nazarenos, penitencias, cruces y cuentas de un rosario desgastado de tanto suplicar por volver a eso que llamábamos normalidad y que se convierte en la más maravillosa anormalidad de nuestros días.

Encarcelado, entre rejas, y sin la llave maestra que abre el portón de la iglesia que me vio crecer y corretear por sus pasillos mientras avanzaba en tus tramos, en tus filas, acompañando al Señor de tus plegarias y a la Madre que soporta todos tus desvelos. Bolsillo lleno de estampas en los primeros tramos, mientras las canas afloran en los siguientes al susurro de un diputado de tramo que nos invita con cariño a ponernos por pareja y ver la luz de Triana al cruzar el dintel. Comienza lo que pronto acaba aunque nuestra penitencia se alargue en esos días donde apretamos los dientes a la par que el costalero en una chicotá interminable llamado vida.
Encarcelado, entre rejas, y sin la llave maestra de la cárcel de nuestra fe, elegida prisión de la que no te planteas escapar porque huir no se contempla. Dios está presente en nosotros y en el servicio. Servicio al hermano que se viste de vara, palermo o canasto, y de palabra y de obra y como ya se dijo, de pellizcar la estación de penitencia de cada uno de tus hermanos para tener la tuya al completo.
Encarcelado, entre rejas y con la llave maestra que nos permite caminar y acompañar a nuestros Titulares en esa soñada y tan necesitada Estación de Penitencia.
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