Ángel Gordillo
Sonrisas y lágrimas por una Semana Santa, exageradamente esperada.
Una espera interminable, que, ya durante la cuaresma, hacía atisbar las sonrisas de los más cofrades, y hasta de los no tan cofrades.
Sonrisas, que han sido el sentimiento de una ciudad, que recuperaba su peculiar pulso.
Sonrisas plenas del Domingo de Ramos más esperado, al abrir los ojos, y ver los rayos de sol asomar por la ventana. Al pensar, que los primeros nazarenos de blanco, van a inundar las calles. Que la primera de Triana, va a cruzar el puente.
Sonrisas nubladas, el lunes y martes, donde la lluvia impedía una semana, que por deseada, merecía se «plena». Pero sonrisas, al fin y al cabo, porque, a pesar de no poder salir, el Rectorado, se volvía a teñir de negro ruan, y del jaleo de los monaguillos que se estrenaban. Aunque todo quedara en un simulacro, que aboca a otro año de espera. Ya era un avance, tras lo acontecido los últimos años.
Sonrisas de un miércoles de calor, y de un Jueves Santo y Madrugada, pletóricos.
Y lágrimas…
Lágrimas, cuando tras tanto pasado, tras tanta espera junto a familia y amigos, el Eterno Expirante de la Calle Castilla, recibía los primeros rayos de sol en su imponente figura.
Y cuando ese mismo sol radiante, atravesaba el palio para mostrarnos a la Señorita de Triana.
Lágrimas, pero eso sí, de alegría.
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