
Para el carnavalero, Cádiz es su fin del mundo. Su Finisterre particular. Su última parada.
Y esta comparsa ha tenido a lo largo de este concurso el don de ser esa banda sonora que uno escucha cuando la sal del mar del sur te cura las heridas.
Fresca. Joven. Con pasión…

Han cantado sin complejos. Sabiendo que de su garganta sólo ha salido lo que lleva dentro, lo que desde siempre han escuchado en sus casas, sin miedo al qué dirán,… sin decir que tenían miedo.
Han sido la Cádiz que ellos han pisado, con la que han crecido. La que sufre once meses al año. La que resiste cuando Momo descorre las cortinas de la vida y se pierde en la hoguera de los papelillos.
Son la bandera de esa otra Cádiz que lucha, que no se conforma, que sufre.
Que te invita a soñar bajo un cielo de nubes de ilusiones, pero con los pies en el suelo, con las heridas abiertas de tragar, con la mirada dolida de aguantar carros y carretas.
Si amas a Cádiz, tienes que saber que el mundo se acaba justo en la orilla de sus playas… y que, si vuelvas la mirada atrás, un joven de estos carnavaleros te estará esperando para cantarte..
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