Era… Era de noche cuando estas primeras palabras daban paso al resto.
Era de noche por la calle 28 de febrero cuando un azul cielo cuasi nocturno difuminado atrapaba mi atención. Toda la gama de azules arrancaban desde ese viejo tejado tres calles más para allá que concluían en un azul casi negro, justo encima mía.
Era y es de noche; la luz de una farola proyecta mi sombra sobre una blanca pared amarillenta por los efectos lumínicos y un desconchado enturbia la silueta de este caminante sin rumbo pero con un fin, así sin más, cuando una luna en cuarto menguante muy brillante me distrae la atención de esos azules perfectos.
Solo el crujir de mis chanclas y una moto lejana se atreven a interrumpir al silencio y al viento que juntos, escribían un cuento de amor en una noche de Primavera.
Mi fiero y fiel acompañante camina en sus cosas, a sus cosas y mientras tanto, pasos lentos marcan el ritmo de esta escritura como si de un desfile de fonemas se tratase. No soy yo muy de desfilar así que no os prometo que haya más de una palabra con el paso cambiado.
La humanidad escondida hace su presencia; calles ausentes de almas, aceras sin pisar, asfalto echando de menos el roce con la goma recauchutada de esos viejos coches.
Trato de hacer la fotografía imposible. Ciertamente lo es…
Toca el camino de vuelta, se acabó el vientecito en la cara, toca descubrir un nuevo mundo paralelo en la otra acera. Nuevos azulejos en el suelo, todos por andar, nuevas viejos ventanales abandonados a la suerte del ya veré mañana, solares aún más abandonados que los ventanales, publicidades manidas en la pequeña ranura del correo. Nueva lona verde aferrada entre bridas, otro solar abandonado.
Y así, entre luces y sombras, cuando ya el difuminado se agota ahogándose en sus narices más ennegrecidos y al son de mis chanclas, termina mi paseo. Y el de mi fiel compañero.
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